Entonces podría sentir que no tengo que cuidarme, que protegerme, que hacer las cosas como vos querrías, que haciéndolas a mi manera van a salir, que también se aprende de los desaciertos y que puedo ser de otras maneras.
Sólo cuando estoy presente con mi ser puedo acompañar en el viaje por la vida a otras personas, ya sean estos parejas, amigos, familias, pacientes; está presencia implica mucho más que existir, es estar siendo consciente de la presencia del otro sin descuidarme de mí, tendiendo registro de la forma en la que estoy, del impacto de la presencia del otro y de que voy necesitando en el intercambio.
Acompañar es transitar una carretera, tan ancha como personas la ocupen, sabiendo que para ir juntos tengo que aprender a observar la manera de andar del otro, que iré viendo si puedo seguirlo o él me sigue a mí, mas o menos a un ritmo en el que sea posible seguir encontrándonos.
No es acompañar arrastrar, tironear o empujar al otro, tampoco lo es que todo se haga con mi velocidad y por el camino que yo conozco, a veces caminar por la ruta del otro genera nuevos carriles en los que puedo transitar con mayor libertad que en mi sendero personal, que me resulta fácil porque lo conozco pero en el que no veo otra cosa que mi ombligo.
Acompañarte, acompañarme es un sonido que primero resulta raro, luego de poquito se empieza a hacer habitual transformándose en algo armónico que entonces pasa a constituir una música, no es mi ritmo ni tampoco el tuyo, es una sinfonía cuyo único propietario es "nosotros", allí recién podemos bailar alocadamente, disfrutando de la sincronía de cada movimiento.
Recién allí puedo sentir que quiero cuidarte y dejarme cuidar, que quiero protegerte y que me protejas, dejar que hagas las cosas a tu manera para hacer las mías como yo quiera y confiar que fluyendo van a salir. ¡BAILEMOS
Mauricio J. Strugo (Julio 2008) Boletin 15